La Carpita,
de barrio Industrial, y Suderland de Ludueña comparten una misma historia de
resurgimiento a partir del esfuerzo de sus socios, con el acompañamiento de
municipio y provincia.
En
la mayoría de los barrios de Rosario hay un club abierto que acompaña con
actividades deportivas y recreativas a los vecinos. Son lugares de práctica y
de esparcimiento, pero también de contención y espacio de referencia donde, en
muchos casos, se acompaña a los chicos y a los
jóvenes en la búsqueda de mejores oportunidades. También son un
ámbito donde se encuentran historias de compromiso entre la comunidad y la
institución, con un objetivo común que es mejorar el
barrio desde acciones sociales que promuevan la integración.
Pero durante
muchos años, estos espacios fueron siendo dejados de lado, perdiendo asociados
y resintiendo su infraestructura y sus actividades. Sin embargo, nuevas
generaciones de socios con un profundo arraigo barrial pusieron manos a la obra
para revertir lo que parecía ser un destino ineludible. La Carpita, en barrio Industrial, y Suderland en Ludueña son dos casos
testigos de cómo un grupo de amigos que se criaron en el club de su cuadra,
decidieron recuperarlo. Idearon un proyecto,
trabajaron y con apoyo del municipio y la
provincia, a través del Plan Abre, lograron renovar los clubes y cambiar sus
barrios .
Al rescate
Cuando Esteban
Siciliano llegó a La Carpita, el club era “tierra de nadie”. Entre los
vecinos, la institución era mal vista porque, dicen, “estaba tomado por el
narcotráfico”. Junto a sus compañeros de fútbol de salón, decidieron intervenir
y se animaron a cambiarle la cara a ese lugar que tanto querían. La historia es
similar en el caso de Suderland, donde Jeremías Salvo también hizo lo propio:
con una comisión directiva improvisada comenzó a tramitar los papeles para
formalizar la institución y relanzar las actividades con el objetivo de que los
jóvenes de la zona vuelvan a practicar deportes en el club. Sus esfuerzos se multiplicaron cuando en 2014 se lanzó el Plan Abre, que
incluía políticas sociales de apoyo a los clubes de barrio de la ciudad.
En ambos
casos, el proyecto que presentaron fue la construcción de un tinglado para las
canchas, que demandó al Plan Abre un aporte de
más de 1 millón de pesos en conjunto. La realización de
éstos sirvió de impulso para que las respectivas comisiones directivas
pusieran manos a la obra y encararan una remodelación de las instalaciones
y, con los papeles en regla, pudieran obtener también otros subsidios que
ayudaron a construir un ingreso nuevo, un quincho y otros salones.
En crecimiento
“El Suderland
nació como un club de tenis criollo, pero actualmente contamos con fútbol de
salón, voley, handball y patín, entre otras disciplinas”, contó Jeremías, quien
hace hincapié en el crecimiento institucional de los últimos años: “Cuando
empezamos con las obras teníamos 100 socios y hoy vienen más de 500 chicos a
hacer deporte”, aseguró.
En el caso de
La Carpita, Esteban contó: “Esto era una cancha de fútbol para varones, y desde
que pusimos el techo pudimos incluir otras disciplinas como patín, telas y
voley que convocan a muchas chicas, así como fútbol de salón femenino”. “Es muy
importante la participación de las mujeres en la formación y crecimiento del club,
no sólo como socias sino también en su rol como parte de la comisión
directiva”, agregó.
“El Plan Abre nos puso otra vez en el mapa
del barrio”
La llegada de
las obras y el trabajo de los jóvenes dirigentes en ambos clubes le dio a los
vecinos de los barrios la perspectiva de reconocer y aceptar que, tras año de abandono, estas instituciones estaban cambiando y eran
seguras para enviar a sus hijos.
En este
sentido, Esteban contó: “Más allá del dinero que recibimos, el cambio se vio en
nuestra relación con el barrio y entre los vecinos y vecinas, que comenzaron a
compartir y convivir en el club”. “Existió un bache entre nuestros
abuelos y nosotros en donde nadie se hacía cargo de los clubes,
ni los socios, ni el Estado y es por eso que muchos fueron desapareciendo y los
que quedaron estaban destrozados. Después de 30 años estamos viendo
que hay otros clubes en la misma que nosotros recuperándose con
grupo de jóvenes con ganas de hacerse cargo”, aseguró.
Jeremías, por
su parte, agregó: “Nuestro desafío es generar valores que hagan que cuando
nosotros no estemos, los que vengan le pongan las mismas ganas y para esto es
fundamental el sentido de pertenencia. Que los chicos la pasen bien y estén
contenidos hace que quieran cuidar este espacio y quererlo tanto como
nosotros”. También cuenta que “fueron ganando espacio en un club que estaba
acéfalo” y que con el Plan Abre también lograron
poner todos los papeles al día. “Nos ayudaron a conseguir la institucionalidad
que necesitábamos para poder hacer pedidos formales a otros programas de
financiamiento y proyectos para clubes”.
Acompañados
Esteban no
dejó de reconocer a “todo un equipo de colaboradores y profesores” que
trabajaron en la recuperación del club, “que no cobran sueldo para que la cuota
deportiva pueda ser inclusiva y que nadie se quede sin jugar”. Un ejemplo de
ello es Rubén, que juega al fútbol en el club y a su vez es técnico de los más
chicos: “Empezamos con una primera división de fútbol y hoy tenemos todas las
categorías y competimos en la liga rosarina, con buen desempeño; pero lo más
importante son los valores que le inculcamos a los chicos para que sean buenos
compañeros y buenas personas”, aseguró.
“Nada hubiese sido posible sin todos aquellos que desde el comienzo
nos acompañaron para hacer grande al club y sin la intervención del
municipio y la provincia, que multiplicó los esfuerzos y nos puso otra vez en
el mapa del barrio”, cerró Esteban.