Stephan Schmidheiny es un
personaje trágico del mundo contemporáneo. Para parte de la humanidad es un
villano, para otra es un héroe. Durante la década de los noventa fue
extremadamente cuidadoso al construir una biografía que pudiera borrar – o por
lo menos ofuscar – su papel de protagonista en la conocida como “la mayor
catástrofe sanitaria del siglo XX”: las decenas de miles de muertes en el mundo
entero por contaminación de amianto (asbesto), una parte significativa de ellas
ocurrida dentro de las fábricas de Eternit, de su familia, o en el radio de
algunos kilómetros.
Stephan
Schmidheiny es un personaje trágico del mundo contemporáneo. Para parte de la
humanidad es un villano, para otra es un héroe
Casi lo consiguió.
La familia Schmidheiny, una
de las más ricas de Suiza, hizo fortuna explotando el amianto a partir del
inicio del siglo XX. En 1969,
a los 22 años, Stephan llegó la hacer prácticas en la
fábrica de Eternit en Osasco (Grande São Paulo), periodo en el que conoció
algunos de los obreros que acabarían muriendo por enfermedades causadas por la
fibra. En 1976, a
los 29 años, asumió la dirección de los negocios de Eternit y, según su
versión, decidió acabar con la producción y vender la empresa al descubrir que
el amianto causaba enfermedades graves, algunas de ellas fatales. Pero Eternit
no dejó las manos de la familia hasta 1990. No fue cerrada, sino vendida,
dejando para los nuevos dueños la lucrativa producción, así como el pasivo humano
y ambiental. Su web lo describe en los siguientes términos: “1988 – inicio de
la venta de todas las participaciones del grupo suizo Eternit, que concluyó a
finales de la década de los ochenta. Las participaciones fueron vendidas a los sucesores legales con todos los
derechos y deberes”. Las negritas son mías.
Es preciso comprender el
contexto en el que el clan Schmidheiny se retira del negocio responsable por
gran parte de su fortuna durante casi un siglo. En aquel momento Europa ya
enfrentaba el escándalo del amianto,
con miles de víctimas. Se estima que hasta 2025, solo en Francia, morirán
100.000 personas por enfermedades relacionadas con el asbesto. Los primeros
países europeos en vetar la materia prima fueron Islandia, en 1983, y Noruega,
en 1984. De manera progrsiva, el amianto fue eliminado en diversos países,
hasta su prohibición total por la Unión Europea en 2005. Hoy, el amianto está
proscrito en 66 países, una lista de honor de la cual Brasil no forma parte.
Hoje,
el amianto está proscrito de 66 países, una lista honrosa de la cual el Brasil
no forma parte”
Existen documentos que
prueban que la industria tenía informaciones sobre la relación entre amianto y
enfermedades mortales desde el inicio del siglo XX. En los años treinta ya
había estudios importantes probando el potencial mortífero del asbesto al ser
inhalado, causando enfermedades que tardaban años y hasta décadas en
manifestarse. Una de ellas, la asbestosis, mata a la víctima lentamente por
asfixia: endurece el pulmón a punto de impedir la acción de
inspiración/expiración. Miles de trabajadores en el mundo entero murieron
asfixiados tras dedicar su vida a Eternit y otras empresas de amianto. La
mayoría de ellos aún luchaban en la Justicia por indemnizaciones y asistencia.
En Brasil, empresas como Eternit normalizaron un procedimiento. Cuando los
obreros estaban cerca de la muerte, casi sin conseguir hablar, sus
representantes aparecían en el hospital ofreciendo cuantías irrisorias y un
documento listo para firmar, en el que eliminaban la posibilidad de cualquier
futura reivindicación judicial por los familiares. Desesperados, con dolor, sin
aire, muchas víctimas firmaron los papeles de la vergüenza.
En un primer momento, la
industria del amianto negó el carácter tóxico de la fibra. Después, cuando se
hizo imposible tapar el creciente número de enfermedades y de muertes de
obreros (muchos de ellos por mesotelioma y otros tipos de cáncer relacionados
con la contaminación por asbesto), así como pesquisas con resultados cada vez
más contundentes, cambió el discurso y pasó a difundir la idea del “uso
controlado del amianto”. Intentaba convencer que, con precauciones y
protección, era posible continuar produciendo sin arriesgar la vida de los
trabajadores. Gastó – y sigue gastando – millones de dólares para pagar a
asesores, lobbies y científicos
con la misión de hacer circular -y prevalecer- esa idea –. Brasil, país en que
el amianto está prohibido solo en seis estados (Rio Grande do Sul, São Paulo,
Pernambuco, Río de Janeiro, Mato Grosso y Minas Gerais), es un ejemplo de cómo
la estrategia ha funcionado a costa de vidas humanas, de contaminación
ambiental y, en breve, de una sangría considerable en las arcas públicas de
Sanidad.
Al promover su salida
estratégica de los negocios del amianto, Stephan Schmidheiny pasó a ejecutar
una especie de lavado de biografía.
El millonario suizo acuñó el concepto de “ecoeficiencia”, convirtiéndose en uno
de los exponentes de Rio 1992, la Conferencia de Naciones Unidas sobre
Medioambiente y Desarrollo, y creó las fundaciones Fundes y Avina . Esta
última, bastante conocida también en Brasil, financia proyectos de reducción de
la pobreza en diversos países. Colecionador y conocedor de arte, pasó con
desenvoltura por la cúpula de museos como el prestigioso Museo de Arte Moderno
(MoMA) de Nueva York. Como “emprendedor moderno y filántropo” dio conferencias
en universidades de la Ivy League americana, como Yale. En 2003 creó una
entidad llamada Viva Trust, que donó mil millones de dólarse para financiar los
proyectos sociales y ambientales de Avina. En este acto anunció su retirada del
mundo de los negocios, distribuyendo una tarjeta en la cual, debajo de su
nombre, estaba escrito: “piloto de helicóptero y buceador”.
Miles
de trabajadores en el mundo entero murieron asfixiados tras dedicar su vida a
la Eternit suiza y otras empresas de amianto"
La conversión de la
biografía, de príncipe del amianto a filántropo socioambiental, parecía haber
concluido con enorme éxito. Reportajes laudatorios en revistas internacionales
-y también brasileñas– lo sacaban en portada o primeras páginas. Todo parecía
ir muy bien para Stephan Schmidheiny, como había ocurrido para muchos antes de
él en las áreas más diversas. Hasta el 13 de febrero de 2012. En esta fecha fue
condenado por el Tribunal de Turín a 16 años de prisión y al pago de 100
millones de euros por la muerte de miles de personas por enfermedades
relacionadas al amianto, contaminadas en plantas de Eternit en Italia. El
crimen fue descrito como “desastre ambiental doloso permanente y omisión dolosa
de medidas de seguridad para los obreros”. El 3 de junio de 2013, la sentencia
no solo fue confirmada, sino que aumentó de 16 a 18 años de prisión. La
sentencia final está prevista para 2014 en Roma. El otro reo, el barón belga
Jean-Louis Marie Ghislain de Cartier de Marchienne, murió el año pasado.
Durante el juicio, al cual Schmidheiny no compareció, el hombre que fue
descrito en la revista americana Forbes como "el Bill Gates suizo” vio su
nombre coronado por la palabra “asesino”.
El comportamiento de Eternit
fue descrito en el tribunal, hora tras hora, por hombres y mujeres que, o
perdieron a padres, madres, maridos, esposas e hijos por enfermedades causadas
por el amianto, o estaban en a punto de perder ellos mismos la vida en cánceres
dolorosos antes de acabar el juicio. Personas como la italiana Romana Blasotti
Pavesi, que perdió a su marido, su hermana, un primo, un sobrino y, finalmente
a su hija de mesotelioma causado por amianto. Solo el marido había trabajado en
la fábrica. Ciudadanos de Casale Monferrato, la ciudad dominada por una planta
de Eternit durante casi todo el siglo XX, relataron el momento en que
descubrieron que no solo los obreros y sus familiares morían, pero también
personas de otras profesiones (periodistas, médicos, profesores, etcétera) que
nunca habían manipulado directamente la fibra, pero habían sido afectados por
la contaminación ambiental.
Cuando
los obreros estaban cerca de la muerte, representantes de las empresas
aparecían en el hospital ofreciendo cuantías irrisorias y un documento listo
para firmar"
La sentencia afirma que, en
1976, ante las crecientes noticias sobre la relación entre asbesto y
enfermedades crónicas y fatales, la industria promovió una conferencia en
Alemania con el objetivo de discutir estrategias para enfrentar el problema sin
dejar de trabajar con amianto. Stephan Schmidheiny estaba presente en aquel
encuentro. También se enfatiza que él participó de acciones con el fin de
confundir a la opinión pública al descalificar o lanzar dudas sobre las
pesquisas científicas que probaban el efecto nefasto de la fibra mineral para
la salud. Por fin, la corte concluyó: “Stephan Schmidheiny era completamente
consciente en 1976 de los estudios epidemiológicos sobre la relación causal
entre aspirar las fibras de amianto y las enfermedades”. Después de la
sentencia, la misma prensa que por años alabó el impulso emprendedor, la
caridad, la visión y el desprendimiento del millonario fue obligada a recular.
Al mirar la biografía de
Stephan Schmidheiny las víctimas del amianto están disputando la escritura de
la historia. Pero en un momento muy particular. Mientras la mayor parte del
mundo desarrollado ya ha proscrito la materia prima y lidia con el pasivo
humano y ambiental, parte de las potencias emergentes, como el propio Brasil,
aún es bastante permeable al lobby
de la industria, cuando no connivente con el padecimiento y la muerte de
personas. Brasil es hoy el tercer productor mundial, el tercer exportador y el
tercer usuario de amianto. Es interesante destacar que, en Brasil, mientras el
amianto es raro en las regiones más nobles de las grandes ciudades, continúa
siendo muy usado en favelas y periferias, aldeas y comunidades indígenas y en
las casas de pequeños agricultores, incluso – y tal vez de forma especial – en
la Amazonia.
En este contexto, la disputa
narrativa sobre la biografía de Stephan Schmidheiny se vuelve estratégica para
la lucha por la prohibición del amianto. Y puede definir tanto la aceleración
de algunos desenlaces como la inclusión de nuevos capítulos en una historia en
construcción. No hay duda de que el amianto es un thriller real que podría resultar en una película tan
reveladora sobre los métodos de su industria como lo fue The Insider para el ramo del tabaco. O
incluso una película como Thank you for
smoking, sobre “los lobistas
del mal”. Hay pocas dudas de que pasará a la historia como uno de los mayores
escándalos laborales y sanitarios de los siglos XX y XXI. Pero la imagen y la
postura de personajes centrales como Schmidheiny aún están en disputa.
O
Brasil es un ejemplo de como la estrategia del uso controlado del amianto ha
funcionado a la cuesta de vidas humanas y de contaminación ambiental"
Al emprender batallas
organizadas para retirarle sus títulos, premios y honores, las víctimas del
amianto desean impedir que triunfe la narrativa de Schmidheiny, mejor expuesta
en una versión antigua de su biografía, contada en primera persona, pero ya
cambiada en su web oficial: “La familia Schmidheiny siempre ha vivido
discretamente, alejada de la mirada pública. De repente me vi en las primeras
páginas de los periódicos, vinculado a los efectos nocivos del amianto, los
mismos efectos contra los que yo intentaba proteger a mis empleados y al grupo.
Eso fue muy difícil, no solo para mí, sino también para mi familia y mis
amigos. En aquel momento concluí que era incapaz de calcular por mí mismo el
verdadero grado de los riesgos de la fabricación de productos de
cemento-amianto. Nuestros asesores creían que los estudios científicos destinados
a probar los efectos nocivos de ese material estaban llenos de contradicciones.
Yo percibía que la falta de un consenso científico y técnico transparente en
relación al amianto y la imprevisibilidad de sus efectos imposibilitaban
cualquier planificación o gestión de riesgo confiable. Concluí entonces que esa
no era una perspectiva muy prometedora para estar envuelto. Al mismo tiempo,
tomé una decisión radical. Sin tener la más mínima idea de cómo iríamos a
implantar el cambio, anuncié públicamente que el grupo interrumpiría la
fabricación de productos con amianto. Me acuerde muy bien de las palabras de
uno de los gerentes técnicos tras mi anuncio: ‘¡El joven Schmidheiny está loco!
Quiere fabricar productos Eternit sin amianto. Es como querer encontrar agua seca…’
Tomé la decisión de no utilizar más amianto basándome en los problemas de salud
y ambientales asociados a ese mineral. Pero también tuve la impresión de que,
en una época de creciente transparencia – así como de preocupación por los
riesgos para la salud – sería imposible desarrollar y mantener un negocio de
éxito basado en el amianto. Esa intuición hizo que comenzara a considerar
seriamente la relación entre los negocios y la sociedad. Fue un periodo
doloroso, pero también una preparación de valor inestimable para mi posterior
dedicación a una posición de liderazgo en asuntos relacionados con los negocios
y la sociedad.”
En la web actual, este
momento está resumido en su biografía, ahora contada en tercera persona: “El
joven abogado ingresó en Eternit Suiza cuando tenía solo 29 años de edad,
asumió su liderazgo tras poco tiempo y de manera inmediata comenzó a impulsar
la salida del procesamiento de amianto, que fue considerado un logro pionero a
nivel mundial”.
Esta versión es considerada
por las víctimas y por sus abogados un producto del competente proceso de
lavado de su biografía. “No voy a entrar en el mérito de su vida posterior o de
su dinamismo como emprendedor. Pero no hay sentido purificador en esta venta.
Schmidheiny hizo uso económico de Eternit, con frutos económicos. No fue una
donación. La vendió, haciendo que los productos de amianto continuasen siendo
producidos por el nuevo comprador”, afirma Mauro Menezes, abogado de ABREA. “A
nuestro país no le conviene mantener la concesión de una medalla a alguien
posteriormente condenado por omisión dolosa de protección a la salud de miles
de personas.” Roberto Caldas, también abogado de ABREA – y hoy juez de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos – afirma: “Un premio honorífico le dice a la
sociedad que el agraciado realizó un gran servicio al país. A partir del
momento en que se percibe que el individuo se ha apartado de aquello que creía,
nada más natural que retirárselo. Un criminal no puede seguir ostentando un
honor como ese y comprometiendo la imagen del país”.
En Brasil, la principal
protagonista de la lucha por la prohibición del amianto es la ingeniera
Fernanda Giannasi. Auditora fiscal del Ministerio de Trabajo por 30 años, se
jubiló en agosto para dedicarse por completo a la causa, que ya le ha traído
amenazas de muerte. “Luchar para retirar la Ordem do Cruzeiro do Sul concedida
a Schmidheiny es otro frente para pasar a limpio la historia de ese crimen social casi perfecto”, afirma.
“Esa lucha significa la desglamourización
de un personaje que fue entronizado por el movimiento ambientalista en el
inicio de la década de los noventa como un gurú, pero que forma parte del gran
quebradero de cabeza que es la extraordinaria historia de ese crimen
corporativo industrial multinacional, que pasó todo el siglo pasado casi
impune.”
La disputa por la biografía
del millonario suizo no será fácil. El aura de Schmidheiny se mantiene en
algunas altas esferas, incluso después de la condena del Tribunal de Turín. El
intercambio de cartas entre la oficina de abogacía que representa las víctimas
italianas y la Universidad de Yale es una prueba. Esta fue la respuesta de la
dirección de Yale al pleito: “Yale concedió el honor al señor Schmidheiny por
su defensa en favor de un desarrollo y crecimiento económico sostenibles. La
decisión de premiarlo fue tomada por un comité que tomó en cuenta toda su
historia: la de un filantropo que usó su riqueza para destinar fondos al
crecimiento sostenible en Latinoamérica y en todo el resto, un pionero defensor
internacional en el cambio de la forma en la que las empresas encaran la
sostenibilidad ambiental y un empresario que heredó y desmanteló un
procesamiento de amianto de décadas. No hay registros de que Yale haya revocado
alguna vez un título honorífico y no estamos considerando este paso en el caso
del señor Schmidheiny”.
En promover
su salida estratégica de los negocios del amianto, Stephan Schmidheiny pasó a
ejecutar
Una especie de lavado de
biografía"
Christopher Meisenkothen,
abogado que representa a las víctimas italianas, respondió: “Se da una
disminución real del valor de los honores concedidos por una institución cuando
[...] se ve afectado por la inclusión de personajes controvertidos. Querría
pensar que una institución como la Universidad de Yale pretende mantener y
proteger la integridad de sus títulos honoríficos, así como promover los altos
patrones éticos con los que reconoce a los candidatos”.
Un
millonario suizo fue condenado, por el Tribunal de Turín, a 18 años de prisión
por la muerte de miles de personas por enfermedades relacionadas al amianto en
la Italia"
El abogado de las víctimas
pidió la relación de donaciones hechas por Schmidheiny a la universidad. En una
primera carta, Yale negó cualquier aporte de recursos. Meisenkothen, entonces,
envió copias de materiales de divulgación de la propia universidad, en los
cuales consta una donación hecha por la Fundación Avina a Yale, poco después de
la concesión del título al millonario. La dirección de Yale se disculpó,
explicando que había investigado solo en las “bases digitales” y no en los
“archivos de papel”, razón por la cual acabó por suministrar una “información
incorrecta”. Pero, aun así, reiteró su decisión de no revocar el título. Los
familiares de las víctimas prometen continuar presionando a la universidad y a
la opinión pública americana e internacional por la revocación de los honores.
Yale es una institución
privada. El caso brasileño es diferente. La Ordem do Cruzeiro do Sul es una
condecoración concedida por el Estado, un reconocimiento de los servicios
prestados por un extranjero al país, envolviendo, por lo tanto, el conjunto de
la población brasileña. Entre las estrategias planeadas por las víctimas
brasileñas del amianto, además de una intensa campaña en las redes sociales,
está que un parlamentario asuma la causa y la medalla sea retirada por el
legislativo. Hay por lo menos un precedente en trámite en el parlamento: la
solicitud de retirada de la Ordem do Cruzeiro do Sul concedida a Alberto Fujimori,
expresidente de Perú, hoy condenado por graves violaciones a los derechos
humanos.
El lavado de biografía no es
una novedad en la historia. Podría ser más explorada por historiadores. En
general hay un camino tortuoso y una serie de lagunas entre la persona de carne
y hueso, pasiones y villanías y el personaje limpio
que se vuelve estatua en las plazas de cada ciudad. La diferencia del pasado y
el presente, y en especial del presente con Internet, es que esa transición
puede que no se complete con el éxito habitual.
A
disputa sobre la biografía de Stephan Schmidheiny podrá definir tanto la
aceleración de algunos desechos como la inclusión de nuevos capítulos en una
historia en construcción"
Si antes bastaba poder
económico y político para crear una nueva imagen, hoy los obstáculos son
muchos. Para empezar por el hecho de que hay actores, hasta ahora sin voz, que
han pasado a gritar en las redes sociales y a organizar campañas ruidosas con
informaciones que el dueño de la biografía hasta entonces heroica preferiría
borrar. No gritos vacíos, sino apoyados por documentación: las víctimas
italianas entregaron a la Universidad de Yale una carta de apoyo a su causa con
el nombre de más de 70 renombrados científicos del mundo entero, así como las
principales conclusiones de la Corte de Turín, sacadas de una sentencia de más
de 800 páginas. Conectadas por la tecnología y articuladas en las redes
sociales, las víctimas del amianto prometen enfrentar a los asesores de imagen
y gestores de crisis del millonario suizo y, con poco dinero, pero muchos
apoyos por el mundo, construir una narrativa más compleja para la vida de
Stephan Schmidheiny. Disputan la escritura de la historia no en el futuro, sino
ahora, en el presente.
Stephan Schmidheiny no es el
único magnate que, tras una vida turbulenta en el mundo de los negocios,
decidió convertirse en filántropo. Sea para expiar los pecados anteriores, sea
por estrategia de marketing,
sea para escapar de futuras condenas, sea por un –improbable, pero no imposible
– arrepentimiento real. Por todo eso y alguna otra cosa. El mundo actual lo
mueven algunos de estos hombres que invirtieron o donaron fortunas obtenidas de
forma cuestionable, como mínimo, en fundaciones que financian causas correctas. Como la propia Fundación
Avina, de Schmidheiny, que está lejos de ser la única.
En
general hay un camino tortuoso y una hilera de lagunas entre la persona de
carne, hueso, pasiones y villanías y lo personaje “limpinho” que vuelca estatua
en las plazas de cada ciudad"
Esa realidad trae algunos
dilemas éticos a personas -hasta que se pruebe lo contrario en contrario
idóneas y bien intencionadas- que se benefician de este apoyo para poner en
marcha acciones importantes de reducción de la pobreza, protección
socioambiental o incluso de democratización de la información. Parece una
ecuación simple, pero está lejos de serlo. Por un lado, el dinero obtenido de
forma cuestionable, ilícita o incluso criminal, es empleado para proyectos
de probada importancia. Por otro, aquellos que son financiados por este dinero
ayudan a promover y a legitimar el lavado de la biografía del donante, al
colaborar en pasar una goma de borrar sobre la historia. Movimientos como el de
las víctimas del amianto, al apuntar a la imagen de filántropo de Stephan
Shmidheiny, abren una discusión espinosa que pocos están interesados en llevar
adelante. Pero tal vez es preciso tener el coraje de enfrentarla. En nombre de
la transparencia, pero también porque ampliar la complejidad de los nuevos
dilemas nos hace madurar como sociedad.
¿Villlano o héroe? Stephan
Schmidheiny posiblemente no es ni lo uno ni lo otro, tal vez ambos en momentos
y escenarios distintos. Entre sus errores tal vez esté creer que podría
trascender como un héroe, algo que, de hecho, casi consiguió. Pero Eternit fabricó
demasiados fantasmas, en una época conectada como ninguna otra antes, para que
eso se hiciera posible. Estos fantasmas hablan ahora por la boca de sus
familiares vivos. Y hablan en red, para millones.
Aquellos que son financiados por el dinero de las fundaciones pueden
estar ayudando a legitimar el lavado de la biografía del donante"
Como ser humano, ni héroe ni
villano, la tragedia de Stephan Schmidheiny es fascinante. Asumir los actos
controvertidos de su familia durante casi un siglo sería lo mismo que promover
la destrucción de la memoria familiar, lo que no es fácil para nadie, rico o
pobre. Tiene sentido creer que la única elección ética posible habría sido
revelar y admitir la parte sombría de la historia de Eternit, responsabilizarse
por el pasivo humano y ambiental, indemnizando y apoyando los trabajadores, así
como promoviendo la descontaminación de las ciudades donde existían fábricas. Y
donar el resto del dinero para la investigación de tratamientos y curas para
las enfermedades del amianto. No por miedo de ser detenido -aunque él ya ha
dicho a la prensa que no quedará “preso en una cárcel italiana”- sino porque es
lo moralmente correcto, aunque inmensamente duro.
Pero ese camino no es el de
los héroes, solo el de los hombres. Estos necesitan convivir con sus errores y
cobardías, cuando no con las manos manchadas de sangre, muchas veces en plaza
pública. El camino de los hombres no da títulos en Yale ni medallas de
Exteriores, ni lugar de honor en conferencias mundiales de medioambiente, ni protagonismo
en museos famosos. Stephan Schmidheiny prefirió vender la empresa, transferir
el pasivo a otras manos y concentrarse en invertir en la construcción de una
imagen de benemérito. Él, que según el Tribunal de Turín fue connivente con
tanto mal, tal vez quiso demasiado: un lugar en la historia como héroe. Y
entonces sus víctimas aparecieron para recordarle que es un villano – y que los
cadáveres permanecerán insepultos mientras no haya justicia-.
El 19 de diciembre de 2003,
João Francisco Grabenweger, obrero de Eternit de Osasco que, por hablar alemán,
fue una especie de intérprete y cicerone
del joven Schmidheiny en sus prácticas en la fábrica brasileña, escribió una
carta al millonario. A continuación, un extracto: “Permítame preguntarle,
señor, ¿ya ha leído algún artículo sobre las víctimas de los campos de
concentración nazis? Aquellas que sobrevivieron reciben una compensación
económica sustanciosa, con todos los derechos posibles. Cuando nosotros,
exempleados de Eternit, fuimos mantenidos completamente ignorantes del hecho de
que trabajábamos en un campo de concentración de amianto. Siendo buenos
empleados, trabajamos con lo mejor que teníamos, con completo orgullo y
dedicación, para crear el imperio de cemento de amianto de la familia Schmidheiny.
Pero ¿qué recibimos de la Madre Eternit?
Lo que adquirimos fue una bomba de relojería que había sido implantada en
nuestros tórax. (...) Le pido que nos ayude a garantizar la justicia con la que
hemos soñado para aquellos que dieron sus vidas por usted, señor, y por su
familia y sus negocios.”
João Francisco Grabenweger
murió de asbestosis, con una asfixia dolorosa, el 16 de enero de 2008. Nunca
recibió respuesta. Eternit, en otras manos, le ofreció 27.000 dólares para
abandonar el proceso judicial en busca de indemnización.
De algún modo su carta, años
antes del juicio en el Tribunal de Turín, recordaba a Stephan Schmidheiny que
ni aquellos que se creen dioses escapan del destino humano.
Eliane Brum es escritora, reportera y
documentarista. Autora de los libros de no ficción A Vida
Que Ninguém ve, O Olho da Rua y A Menina Quebrada y del
romance Uma Dos. Email: elianebrum@uol.com.br
. Twitter: @brumelianebrum