Benedicto XVI “Prometo obediencia incondicional al nuevo papa”

Después de haberse despedido de los cardenales, Benedicto XVI partirá en helicóptero a Castel Gandolfo

 

Benedicto XVI se ha despedido este jueves en el Vaticano de los cardenales que en su mayoría ya han llegado a la ciudad para preparar el cónclave que debe elegir a su sucesor. En un acto muy breve, el Papa ha saludado a los purpurados, ha agradecido su presencia y ha prometido obediencia "incondicional" al próximo Pontífice. 

"Seguiré estando especialmente cerca con la oración, sobre todo en los próximos días para que estéis totalmente iluminados por el Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa, que el Señor os muestre lo que él desea. Entre vosotros está el futuro Papa al que desde hoy ya le prometo mi reverencia y obediencia incondicional", ha dicho Joseph Ratzinger.

Las últimas horas

  •  Benedicto XVI se reúne con los cardenales que han llegado a Roma para el Cónclave para saludarles y despedirse de ellos.
  •  El todavía Papa partirá en helicóptero desde el Vaticano hacia la residencia estival de Castel Gandolfo.
  •  El helicóptero aterrizará en Castel Gandolfo, donde Benedicto XVI se dirigirá al público con sus últimas palabras como Pontífice.
  •  Se hará efectiva la renuncia y Benedicto XVI dejará de ser Papa y pasará a ser papa emérito, y la sede de Pedro quedará vacante.
Se ha cumplido así el último acto de un adiós que Benedicto XVI ha preparado al milímetro. A continuación, regresará a su apartamento para preparar junto a la llamada Familia Pontificia —su secretario, monseñor Georg Gänswein y cuatro laicas consagradas— un viaje hacia la residencia de Castel Gandolfo, a unos 20 kilómetros de Roma, del que retornará dentro de dos meses, cuando su sucesor ya esté elegido y las obras del convento del Vaticano donde tiene previsto recluirse estén terminadas. Unos minutos antes de las ocho de la tarde, el Papa se despedirá en el patio de San Dámaso, obra de Bramante y Rafael, de su secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, y subirá al helicóptero.
A las cinco de la tarde, las campanas de Roma anunciarán, todas a un tiempo, que Benedicto XVI está abandonando el Vaticano. A las ocho de la tarde, la Guardia Suiza cerrará las puertas del Palacio Apostólico, única señal externa de que Joseph Ratzinger, de 85 años, estará dejando en ese mismo instante de ser papa. La silla de Pedro quedará vacante y la Iglesia se sumergirá en una incertidumbre extraña, desconocida desde hace siete siglos, la de esperar la llegada de su nuevo Sumo Pontífice con el anterior todavía vivo.
El último acto público del papado de Ratzinger, que comenzó el 19 de abril de 2005, será en Castel Gandolfo, cuando se asome al balcón del palacio pontificio y salude a vecinos y turistas. A partir de ese momento, y según él anunció el pasado día 14 ante los curas de Roma, permanecerá “escondido para al mundo”. Entre las muchas dudas que quedan por resolver está la de la relación —o la no relación— de Joseph Ratzinger con su sucesor y si, por ejemplo, le hará entrega personalmente del polémico informe confidencial elaborado por tres cardenales octogenarios sobre las sospechas de corrupción en el Vaticano.
En cualquier caso, de lo que no hay ninguna duda es que, el pasado día 11, cuando anunció en latín su sorprendente renuncia al papado, Benedicto ya había planificado muy bien sus últimos días frente a la Iglesia. Gestos, palabras, decisiones. Una fecha, 28 de febrero de 2013, y una hora, las ocho de la tarde. Será el momento en que, junto al lago Albano, el papa alemán se quite el Anillo del Pescador, deje de calzar los zapatos rojos que representan el martirio y —según aseguró el padre Federico Lombardi— pierda su cualidad de infalible. Conservará, no obstante, otra cualidad, más terrena pero no por ello muy común. La de haber renunciado al poder cuando, “ni humana ni espiritualmente”, se consideró capaz de seguir ejerciéndolo.


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